Últimos

¿Hola, cómo estás?

Vivimos en la era de la conexión total, pero la comunicación está en coma inducido. Tenemos redes, chats, mails, emojis, GIFs, stickers, memes y audios de 9 minutos, pero no tenemos tiempo (ni ganas) de preguntar cómo está el otro de verdad. Las conversaciones humanas han sido desplazadas por una eficiente cadena de montaje emocional: “Hola, una consulta”, “Te paso esto”, “¿Lo podés subir?”, “Avísame cuando lo tengas”. Parecen frases sacadas de una oficina distópica del siglo XXI, y no de vínculos reales entre seres que, supuestamente, comparten humanidad.

 

Estamos hablando, sí. Pero hablar no es lo mismo que comunicarse. Lo primero lo hace un robot con ChatGPT, lo segundo requiere lo que ahora parece un lujo asiático: empatía. No es que antes todo fuera mejor, no vamos a caer en la nostalgia fácil de la carta escrita a mano, o el saludo con beso y abrazo. Pero al menos había algo que no se perdió en el WiFi: el interés genuino por el otro.

 

Hoy la eficiencia ha sustituido al afecto. Mandar el mensaje exacto, sin rodeos, es considerado una virtud. Decir “buen día” o “¿cómo venís con todo?” es visto como una pérdida de tiempo productivo. ¿Te imaginás a alguien respondiendo con sinceridad esa pregunta en un grupo de trabajo? “Hola, vengo atravesado por la soledad, un poco triste, con cansancio existencial y una gastritis emocional. Pero te paso el archivo en cuanto lo termine.” Sería revolucionario.

 

La deshumanización no es solo una consecuencia del apuro, es una política del sistema. Las grandes empresas de tecnología venden “soluciones de comunicación” que resuelven todo… menos el problema de fondo: no sabemos escucharnos. Y ni hablar de comprendernos. ¿Cómo hacerlo si hasta los mensajes de duelo están siendo tercerizados a través de respuestas automáticas? “Lamentamos tu pérdida. Si necesitás ayuda, hacé clic en este enlace.”

 

Vivimos en un mundo tan eufórico, tan sobreactuadamente ocupado, que el tiempo para conversar de verdad se volvió una anécdota romántica. Y cuando, por esas excepciones cósmicas, alguien nos regala unos minutos de atención, la escucha suele ser multitasking: uno habla, el otro asiente mientras piensa en el mail que no mandó, en el Excel abierto en otra pestaña mental, en el deadline que se acerca como un tren sin frenos. Acompañamos las charlas como quien acompaña una carga: con gestos automáticos, frases neutras y una mirada que finge estar presente, pero ya se fue hace rato. No es desinterés, es colapso emocional crónico. Es la imposibilidad de estar del todo en algo sin sentir culpa por todo lo demás que no estamos haciendo.

 

El colmo, claro, es que estamos necesitando inteligencia artificial para recordarnos cómo comunicarnos con inteligencia emocional. Cursos de “habilidades comunicativas”, talleres de “escucha activa”, capacitaciones sobre “cómo no sonar como un robot cuando hablás con otro ser humano”. Y ahí estamos, sacando certificados para poder decir “te entiendo”.

 

Pero no se trata solo de ser más amables. Se trata de recuperar la humanidad como base de toda interacción. Porque cuando lo único que nos importa es que nos respondan, estamos gritando sin escuchar, y porque en un mundo hiperconectado pero afectivamente desconectado, un “¿cómo estás?” real puede ser más disruptivo que cualquier avance tecnológico.

 

Así que, si llegaste hasta acá, te lo pregunto sin ironía y con toda la carga revolucionaria del lenguaje humano:

¿Cómo estás?

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

EVERCLAN Hosting empresarial