Garantías que hacen aguas.

Uruguay parece tener una relación casi mística con la palabra garantía. Ese papel que nos hace sentir seguros, como un abrazo familiar, pero en este caso firmado por escribano y con sello notarial. Pero en la práctica, la garantía parece que no garantiza nada, salvo la certeza de que alguien, en algún escritorio escondido, o bastante lejos del lugar de los eventos, ya encontró cómo no hacerse responsable.

El último episodio de ingenuidad nacional viene desde el mar, o mejor dicho, desde un astillero en Vigo llamado Cardama. El gobierno uruguayo saliente firmó un contrato para la construcción de patrulleros oceánicos, esos barcos destinados a proteger nuestras aguas, o al menos a navegar para marcar presencia. Todo iba bien hasta que se descubrió que la “garantía” presentada tenía más ficción que realidad: una empresa llamada EuroCommerce Bank, aparentemente una entidad “fantasma” que no tuvo actividad ni empleados en el último tiempo y que fue disuelta por el propio registro mercantil del Reino Unido, según expresan algunas fuentes, y registrada en una dirección física donde en realidad había una inmobiliaria. O sea, el dinero estaba “bien asegurado”, probablemente en un apartamento de dos ambientes con vista al mar para no perder el horizonte.

Cardama, con una tranquilidad y frialdad, un tanto peculiar, respondió que “puede conseguir otra garantía”. Una garantía de reemplazo, edición exprés, como si todo se arreglara con un papel nuevo y una sonrisa del otro lado.

Todo esto nos hace pensar que la garantía, en Uruguay, parece ser más una declaración de fe que un instrumento jurídico. Un documento que ponemos sobre la mesa para sentir que todo está bajo control mientras el barco (literal en este caso) se hunde lentamente en trámites, omisiones y algún que otro “no sabía”.

En el fondo, lo más triste no es que la garantía sea falsa, sino que algunos no parezcan sorprendidos, o peor aún, que traten de defender que en los procesos administrativos, lo sucedido puede ser algo normal. Es la normalización del absurdo, si mañana alguien presenta como garantía una nota escrita en las servilletas del bar de la esquina, lo más seguro es que pase por el registro, se certifique, se avale, y se valide con firma digital y todo.

Y si algo se pone turbio, dudoso, o directamente se caiga, siempre nos quedará la frase mágica: “Vamos a iniciar las acciones legales correspondientes”, y si Sócrates estuviera entre nosotros, la acompañaría con un: “la única garantía que tenemos es que las garantías nunca garantizan nada.”

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