Yonshakudama.

¡Ah, el Yonshakudama! ¡El pináculo de la humanidad! Claro, porque lo que necesitamos en estos tiempos es un poco más de pólvora en el aire. ¿Pandemias? ¿Calentamiento global? ¡Noo! Eso es para aficionados. Lo que realmente importa es ver cómo una cantidad obscena de dinero explota en el cielo, en colores bonitos, mientras abajo, los animalitos pierden el rumbo. ¿Cuántos perritos habrán terminado en otros barrios tras el espectáculo, confundidos por la «magia» de la pirotecnia? ¿Cuántos carteles de animales extraviados se habrán pegado en los muros?

Pero no nos preocupemos por las mascotas extraviadas, al fin y al cabo, es un precio pequeño a pagar por… nada en particular. Porque si algo hemos aprendido en esta vida es que no hay mejor manera de demostrar nuestro progreso que con fuegos artificiales: esa forma noble de convertir el dinero en humo y olor a pólvora.

¿La inversión? ¡Ridícula, por supuesto! Pero todo sea por ese momento fugaz de «¡Ooooh!» y «¡Aaaah!» que te hace olvidar que la inflación está por las nubes y que la mayoría del público volvió a casa en medios de transporte con el mismo espacio que tienen las sardinas enlatadas.

Así que, adelante, sigamos quemando el futuro en luces de colores. Mientras tanto, yo, que soy un ser tan avanzado, me quedaré aquí, disfrutando del silencio de la reflexión… al menos hasta que llegue el próximo Yonshakudama y los perros vuelvan a correr como si vieran al apocalipsis.

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