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El agujero negro del teclado.

Hoy, como cualquier otro día, estaba en mi lugar de trabajo, con la computadora frente a mí, cumpliendo con la ardua tarea de ingresar datos. Todo iba bien hasta que, de repente, el monitor empezó a mostrar un comportamiento extraño. Sin saber cómo, algunas teclas decidieron hacerme la vida imposible: quedaban atascadas, produciendo líneas interminables de texto sin sentido como: «Noooooooombreeeeeee: eeeeeooooeeeeooeeooeeee.» Parecía que la computadora había desarrollado un tartamudeo propio o que estaba respondiendo en código Morse a una pregunta existencial.

Como todo buen usuario de tecnología, mi primera solución fue el clásico golpe correctivo. Esa técnica milenaria que, aunque sin respaldo científico, siempre genera una sensación de control. Pero, como era de esperar, el golpe solo empeoró las cosas. Con la paciencia agotándose, opté por una solución más drástica: tomé el teclado, lo giré en el aire como un guerrero ancestral, y lo sacudí. Ahí es cuando descubrí que mi teclado no era solo un teclado… era un agujero negro.

Lo que salió de ahí fue una mezcla entre un almacén de objetos perdidos y un depósito de residuos. Primero, las clásicas migas y pelusa. Luego, una grapa que llevaba semanas buscando, el diente que se me había partido hace un mes, yerba de algún mate, un lente de contacto que daba por desaparecido, una nota con un teléfono que aclaraba «llamar urgente», y el calmante que me quise tomar una vez para mi dolor de cabeza. No podía creer lo que veía. Ah, y una caravana, probablemente de alguien que me visitó y la perdió en esta trampa moderna.

 

 

Pero la parte más perturbadora llegó cuando decidí buscar en internet qué tan sucio puede estar un teclado. ¿La respuesta? Según varios estudios, más sucio que un baño público. Sí, leíste bien. Cinco veces más bacterias que el pestillo de una puerta de baño. Así que, por precaución, decidí no comer las migas de galleta que había encontrado.

Ahora, con el lente nuevamente en su lugar y el diente descartado (mi odontólogo confirmó que ya no servía), me pregunto si es más peligroso trabajar en una oficina o en una obra en construcción.

Recordé el teléfono y la nota que decía «llamar urgente», así que decidí hacer la llamada. Para mi sorpresa, o quizás no tanta, del otro lado me atendieron desde un local comercial y me explicaron que habían comprado esa propiedad hacía varios años. Supongo que, si era realmente «urgente», llegué un poquito tarde.

Mientras tanto, sigo escribiendo… o tratando, porque acabo de perder la curita que tenía en el dedo, y otra vez el teclado empezó a eeeeeeeeeeeestropearseeeeeee…

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