El otro día, escuché a alguien decir «ubícate en la palmera» y no pude evitar detenerme por un segundo y pensar: ¿Qué diablos significa eso? Ahí estaba yo, intentando entender como a alguien se le puede llegar a sugerir que se ubique en un árbol tropical ¿Es que estar en esa posición nos va a dar una nueva perspectiva de vida? ¿O tal vez es solo aconsejar que nos pongamos bajo la sombra y el refugio de una palmera?, en ese caso solo podría ser usado cuando existieran palmeras y un calor importante. No me queda claro, pero lo que sí sé es que ese momento me hizo darme cuenta de algo: estamos rodeados de dichos y refranes que, si nos ponemos a analizarlos en serio, no tienen ningún sentido.
Y claro, después de este vuelo inicial y puntapié filosófico, no pude evitar recordar otros clásicos que nos repiten desde niños como si fueran grandes verdades universales. Ahí tenemos, por ejemplo, «Más vale tarde que nunca». ¿En serio? ¿Acaso alguien alguna vez ha dicho «qué bueno que llegaste tarde a mi cumpleaños» o «me alegra que hayas llegado después de que la cena se enfrió por completo»?
Ni hablar de «Al que madruga, Dios lo ayuda». Creo que quien inventó eso nunca sufrió el golpe de la alarma a las 6 de la mañana. Si Dios me va a ayudar, preferiría que lo hiciera dejando que duerma un rato más, porque hasta ahora, las veces que madrugué solo me gané bastante cansancio, sueño, y letargo para comenzar las actividades.
Otro refrán que siempre me ha causado intriga es «Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente». Ah, claro, porque todos los problemas de nuestra vida diaria son comparables a las aventuras marinas de un crustáceo despistado. Como si no tuviera suficiente con lidiar con el tráfico, las cuentas y los correos sin responder, ahora también tengo que preocuparme de convertirme en un camarón somnoliento arrastrado por una corriente invisible. Definitivamente, es un refrán que suena muy profundo… si lo dice Bob Esponja.
Y, por supuesto, no podía faltar el clásico «Ojos que no ven, corazón que no siente». Esta joya de la sabiduría popular nos sugiere que la ignorancia es la receta para la felicidad ¡Qué fácil sería la vida si simplemente cerramos los ojos ante todo lo incómodo! Aunque sospecho que, en la vida real, este dicho solo ha generado más corazones rotos que soluciones.
Y claro, al final del día, «a palabras necias, oídos sordos», porque ya sabemos que «no hay peor ciego que el que no quiere ver». «El que mucho abarca, poco aprieta», pero si «el que ríe último ríe mejor», quizás la próxima vez que alguien me diga «ubicate en la palmera», simplemente le responderé «zapatero a tus zapatos». Porque, al final, «en boca cerrada no entran moscas», y si «lo que no mata, nos fortalece», ¿para qué preocuparme?