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Trump lo hizo otra vez.

Trump lo hizo otra vez. Contra todo pronóstico, volvió a ganar las elecciones en Estados Unidos, y con él regresó una vieja idea: el muro.

Make America Fortified Again, Yes Sir !!!!

Mientras veía las noticias y el revuelo que esto generó, me encontré pensando en los muros, no solo el de Trump, sino los que todos construimos a diario, de maneras más sutiles, pero igual de efectivas.

 

 

Por más que uno intente alejarse de las problemáticas actuales, por más que no se mire informativos ni se lea el diario, el mundo es insistente. Tarde o temprano, lo que ocurre nos encuentra, nos afecta, y nos hace levantar cejas… o muros.

Hoy, mientras miraba hacia afuera, pensé en el muro. Sí, ese que Trump soñó en la frontera. ¡Qué revuelo! Que si separa culturas, que si divide mundos, que si rompe familias, que si está bien o mal. Un muro que levanta tantas discusiones como ladrillos imaginarios.

Dicen que los humanos somos seres sociales por naturaleza, pero, si nos miramos más allá de la punta de la nariz, es evidente: nos encanta aislarnos. Levantamos muros, literal y figurativamente. Construimos casas sin ventanas —¡o con rejas!— y nos encerramos en nuestras pequeñas fortalezas como modernos ermitaños con Wi-Fi.

Y no voy a mentir: yo también he soñado con un muro. No solo en el jardín, sino también en la puerta de mi oficina. Uno que me proteja del pasillo comunal y de ciertos personajes con los que comparto más de lo que quisiera. Imagino ya las acusaciones: que si soy un mini-Hitler, un aprendiz de Trump, o un fan de la Gran Muralla china.

Pero, ¿es tanto pedir un poco de privacidad? No quiero sentirme observado cuando hago un asado y mis vecinos miran la parrilla con más hambre que zombies frente a cerebros. Tampoco quiero testigos cuando intento bailar como Shakira. Solo quiero un rato de tranquilidad.

Aclaremos: no busco discriminar ni apartarme del mundo, pero incluso la persona más sociable necesita un espacio de paz.

Porque, en un mundo que se empeña en cruzar nuestras fronteras físicas y emocionales, ¿es tan descabellado querer un rincón donde respirar en paz, aunque sea un ratito?

 

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