La llamada que lo cambia todo

Todo estaba en calma. El verano seguía su curso, con días largos, noches relajadas y esa dulce ilusión de que las vacaciones durarían para siempre. Hasta que sonó el teléfono.

—Hola, llamamos de la escuela para coordinar la entrevista con la nueva maestra.

Silencio.

En ese instante, el tiempo se detuvo. La brisa veraniega dejó de soplar, el sol se opacó y en algún lugar lejano, una campana escolar sonó como si anunciara el fin de la paz. Porque esa llamada no es solo una simple coordinación de agenda. No. Es el disparo de largada, el punto de no retorno. Con esa primera reunión, la maquinaria escolar comienza a girar de nuevo, y uno se da cuenta de que la libertad parental tiene fecha de vencimiento.

Tragué saliva.

—Claro, ¿qué día y hora?

Y ahí llegó el golpe final.

—Martes a las 10:30 de la mañana.

Una risa interna, mezcla de desesperación y resignación, se asomó en mi cabeza. Porque si hay algo que la escuela no contempla, es la posibilidad de que los padres trabajen en horarios normales. No, ellos viven en una realidad paralela donde la gente está disponible en cualquier momento para asistir a reuniones, charlas y actividades escolares sin previo aviso.

Pero no hay escapatoria. La primera reunión es innegociable. Es la instancia donde conocés a la maestra, recibís el discurso inicial sobre «el compromiso de la familia en el proceso de aprendizaje» y donde, inevitablemente, caés en la trampa mortal: la creación del nuevo grupo de WhatsApp de padres.

Esa llamada, que parece inofensiva, es en realidad la primera ola de un tsunami de eventos escolares. Porque todos sabemos lo que viene después:

– Las reuniones eternas: Esa primera entrevista es solo la puerta de entrada. En los meses siguientes, llegarán más reuniones, cada una más innecesaria que la anterior. Reuniones de padres, reuniones para elegir delegados, reuniones para organizar las actividades que supuestamente «no llevan mucho esfuerzo» (pero sí, llevan).

– Las actividades extraescolares que destruyen tu agenda: Porque no basta con que el niño vaya a la escuela; tiene que participar en actos, ferias, festivales y caminatas solidarias. Y adiviná qué: siempre requieren la presencia de un adulto. Así que ahí vas, negociando con tu jefe para salir temprano porque tenés que ir a ver a tu hijo disfrazado de árbol en una obra de teatro escolar.

– Las salidas grupales: ¡Qué emoción, una excursión! Claro, hasta que te das cuenta de que hay que firmar autorizaciones, armar viandas y, lo peor de todo, conseguir el uniforme exacto que piden para ese día. Y como la ley de Murphy nunca falla, ese uniforme estará en la canasta de ropa sucia cuando lo necesites.

– El grupo de WhatsApp de padres: Un ecosistema aparte. Al principio, todos parecen razonables, pero con el tiempo surgen los clásicos personajes:

    • La madre organizadora compulsiva, que quiere hacer de todo.
    • El padre ausente digitalmente, que solo aparece para pedir resúmenes de lo que se habló.
    • La conspiranoica, que asegura que la escuela «hace las cosas mal» y arma debates innecesarios.
    • El moderado, que trata de poner orden (pero nunca lo logra).
    • Y el clásico «perdón, recién veo el mensaje», que responde dos días después de cada discusión.

Coordinando agendas, sorteando reuniones y tratando de no perder la cordura, los padres enfrentamos el verdadero desafío: conciliar la vida laboral con la escolar. Porque la escuela, como puse antes, parece operar en una dimensión temporal distinta. A ellos no les importa si trabajás, si tenés otras responsabilidades o si simplemente te gustaría un respiro. No, su única preocupación es que estés presente en cada evento, como si la estabilidad emocional y académica de tu hijo dependiera de que vos participes en un taller de «manualidades en familia».

 

Así que ahí vamos, equilibrando horarios, negociando permisos en el trabajo y adaptándonos a un ritmo que solo los más experimentados logran manejar sin sufrir crisis nerviosas. Sabemos que marzo es solo el comienzo y que nos esperan meses de deberes, reuniones de último momento, ventas de rifas, excursiones y, por supuesto, el temido cierre de fin de año, donde tendrás que preparar algún disfraz de algo que tu hijo olvidará en 24 horas.

Y mientras cuelgo el teléfono tras esa llamada fatídica, respiro hondo y miro el horizonte. Se acerca la tormenta escolar. Pero bueno, al menos quedan unos días más de calma… hasta que el grupo de WhatsApp empiece a funcionar.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

EVERCLAN Hosting empresarial