“¡Fuerza Jorge!” – Cómo una tortuga nos salvó del vacío existencial

Hay gestos que marcan un antes y un después en la historia de la humanidad. El fuego. La imprenta. El reguetón. Y ahora… el tortugo Jorge, ese héroe carismático que, tras cuatro décadas en cautiverio, fue soltado en el mar con un chip, un GPS y el cariño acumulado de medio continente con despilfarro emocional.

 

Y ojo, hoy me encuentro escribiendo sobre este animal por culpa de mi cuñada, que supo inspirarme y motivarme a ser parte de la historia emotiva de una vida puesta en libertad….no sé si agradecerle o mandarla a corregir planificaciones, pero acá estoy desde ayer leyendo comentarios y descripciones del glorioso evento.

 

Dicen que desde el momento en que su caparazón tocó el agua, Jorge no solo inició su migración hacia Brasil, sino que emprendió una travesía mucho más profunda: la navegación espiritual del pueblo argentino y uruguayo a través de sus emociones reprimidas.

 

Jorge lleva un chip, pero lo que realmente nos emociona es pensar que también tiene Instagram, WhatsApp y acceso al horóscopo. A Jorge le hablan. Le escriben. Le desean fuerza, amor, éxito, salud, una buena pensión y que no se cruce con una red de arrastre.

 

“¡Dale Jorgito, vos podés!”

“¡Vamos campeón, hasta Brasil no pares!”

“¡Sos más fuerte que yo enfrentando un lunes!”

“¡Nos cambiaste la vida…nos diste fuerza para seguir, te mandamos un beso grande como tu caparazón!”

 

Es emocionante. También preocupante. Hay gente que nunca le dijo “te quiero” a un familiar, pero sí le escribió a una tortuga con una frase motivacional sacada de Pinterest.

 

¿Será que Jorge en realidad no es de este mundo y detrás de su caparazón se encuentra un influencer marino? En menos de 72 horas, Jorge se convirtió en el primer influencer de visión periférica y caparazón. Tiene más menciones en redes que muchos artistas. Y sin decir una palabra. Porque no puede. Porque es una tortuga. Pero para muchos ese no importa: él siente, él lee, él sabe.

 

Al parecer, mientras nada rumbo a su misterioso destino, Jorge procesa cada comentario:

“Gracias Sandra, me diste fuerzas para seguir. Ese meme con el delfín bailando me levantó el ánimo”.

“Fabián, tus palabras me llegaron al caparazón. Estaba por desviarme al sur, pero recordé tu frase: ‘Nunca te rindas, aunque seas lento’”.

 

Los humanos nos aferramos a Jorge como quien se aferra a un cactus en medio del mar. Es el símbolo de redención, perseverancia y de que hasta el que estuvo 40 años encerrado puede llegar a Brasil sin morir en el intento. Jorge no nada: flota sobre el océano de nuestras emociones casi tóxicas.

 

Y si bien no entiende nada, se ha convertido en nuestro salvador emocional. Una especie de tortu-mesías. Aunque más lento. Y sin barba.

 

Por supuesto, hay quienes tienen miedo. ¿Y si Jorge choca con un barco? ¿Y si su chip lo mete en roaming y le llega una factura internacional? ¿Y si termina en una parrillada brasileña bajo el nombre “Tartaruga Jorge al ajillo”? Pero no se preocupen, está monitoreado por satélite. Nada malo puede pasar cuando una institución estatal promete que todo está bajo control, ¿verdad?

 

Pero la verdad, aunque nos duela, es que no merecemos a Jorge. No lo merecemos porque preferimos seguir su ruta en tiempo real antes que estar pendientes de las mejoras en los programas educativos o la variación del precio de la leche. Porque nos emociona más ver un puntito azul moviéndose por el Atlántico que cualquier plan político de largo plazo.

 

Pero al menos, gracias a Jorge, somos mejores personas. Más sensibles. Más comprometidos con causas que no requieren salir de casa. Más expertos en migraciones que las propias tortugas.

 

Claro que hay una pequeña gran incógnita que nadie se atreve a mencionar en voz alta: ¿Jorge sigue vivo? Porque hace unos días que su punto en el mapa no se mueve. Tal vez simplemente esté descansando. O tal vez el chip siga flotando solo, despegado de un caparazón ahora decorando el estómago de un. Otra opción (más realista y dolorosamente humana) es que se venció el pago del plan satelital y nadie puso la tarjeta a débito automático, como pasa con Netflix cuando no tenés saldo y te enterás porque deja de andar en el peor momento. Así que mientras seguimos publicando “¡Vamos Jorge!” y “¡Fuerza guerrero del mar!”, quizás estemos dándole ánimo a un pedazo de plástico flotando cerca de Florianópolis. Pero bueno, la esperanza es lo último que nada.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

EVERCLAN Hosting empresarial